Caperucita
Ciertamente, podría haber contado aquella historia con mucho más detalle del que relaté por aquel entonces; pues si bien es cierto que el autor me dio todos los datos, en aquella época me pareció mejor omitir algunas informaciones que ayudarían a dar más carisma a la obra y a facilitar en gran medida su popularidad.
No puedo negar que aquella muchachita tenía un dulce e inocente aspecto, pero sus trenzas escondían una mente fría y calculadora. Es verdad que ella amaba a su abuela, pero jamás se ha comentado que en realidad, conocía aquel bosque mejor que la palma de su mano, y que sabía perfectamente el peligro al que la exponía dejándola a merced de aquella bestia.
Ese día, harta del acoso de aquel salvaje animal, vio la oportunidad perfecta para llevar a cabo su malévolo plan, cuando su madre la llamó para que llevara la cestita a casa de su abuelita.
Fue cantando por el bosque para asegurarse que su víctima podría oírla sin dificultad, y cuando ésta salió a su encuentro se hizo la sorprendida, e incluso simuló andar perdida porque sabía de antemano que intentaría engañarla mandándola por el camino más largo.
Más tarde, cuando sus caminos se separaron fue rápidamente a la zona de los cazadores para dar aviso de que había visto al lobo merodeando por casa de su abuelita, y luego, cuando por fin llegó ahí, volvió a interpretar su papel de niña buena; «abuelita, qué ojos tan grandes tienes; abuelita, qué orejas tan grande tienes…!» y así, alargando el tiempo, para dar la oportunidad al cazador de entonctrar un buen escondite desde el que disparar al animal.
Cuando ya la bestia se lanzó sobre ella, el grito fue tal que el cazadro tuvo tiempo de entrar en la casa y pegarle un tiro, dejándolo tumbado en el suelo, y viendo esto, la linda muchachita fue corriendo al armario en busca de su abuelita, quien por culpa del susto, yacía tumbada en el armario, con un infarto de miocardio; dos horas después moría en la ambulancia camino del hospital.
Más tarde, la policía estuvo interrogándola, pues no entendían que el lobo hubiera entrado en la casa con tanta facilidad; y aunque ella nunca lo confesó, existen serias dudas sobre la procedencia de las llaves que éste llevaba en el bolsillo.
Y esta es la verdadera historia de «Caperucita y el lobo feroz», y confieso mi falta, señores, pues no es derecho del narrador el cambiar la historia, pero si es de ley amenizar los cuentos, para facilitar los sueños de aquellos que los han de escuchar.